Mis AMIGOS

En mi caso, la enfermedad no solo alteró mi salud, sino que distorsionó mi manera de ver el mundo. Perder la vista poco a poco fue una experiencia tan dura como difícil de explicar.

Durante ese proceso, aparecieron ellos: MIS AMIGOS.

La enfermedad no solo nubla la vista, también nubla el ánimo.

Ese primer año fue especialmente complicado. No tenía la mente donde tenía que estar. Me costaba coincidir con la gente, me costaba recibir visitas, me costaba incluso hablar. Fue una etapa en la que me sentía lejos de todo, incluso de mí mismo. Pero ellos no se alejaron. Todo lo contrario.

Hubo amigos que se desplazaron desde otras ciudades, como Valencia, Vitoria o Azagra, solo para verme, para compartir una comida, para pasar un fin de semana conmigo. Otros me llamaban simplemente para preguntarme cómo estaba, sin esperar nada más. Y, aunque parezcan gestos pequeños, para mí fueron enormes. Porque en esos detalles, en esa forma de estar constante, fue donde empecé a mejorar. Intentamos vernos al menos una vez al año, y recuerdo con especial dureza esa primera vez desde mi debut. Al no estar yo preparado para poder viajar, vinieron a verme a mi ciudad.

Ahora que ha pasado ya bastante tiempo, recuerdo mucho los momentos vividos y cómo cambiaron todo en mí. Uno de los momentos más duros fue estar ya todos juntos y no ser capaz de distinguirlos, solamente identificarlos con su voz. Puesto que llegaron tarde, decidimos cenar en casa; yo tenía casi todo preparado y tan solo faltaba ponerlo en la mesa. En ese momento, fui al frigorífico a coger bebidas y no me di cuenta de que en la parte de adelante había un bote de tomate. este se cayó al suelo y se partió en mil pedazos; ya nada desde ese momento en esa noche fue igual para mí, no lo había visto y algo en mí también se rompió.

Al día siguiente, fuimos a comer fuera y al estar en un restaurante, se me cayeron los cubiertos al suelo; no era capaz de saber dónde habían ido y aunque me dieron otros, fue muy difícil para mí seguir allí. Salir a tomar algo a un bar de noche tampoco fue sencillo; no lo había hecho hasta ese momento con nadie más que no fuese mi mujer, y simplemente tener que pedir que alguien me dijese dónde estaba el baño hacía que, por momentos, todo se derrumbase. Con muchas sensaciones encontradas tras esa visita, por un lado, los había visto, ya que tenía muchas ganas de estar con ellos, pero por otro lado, con la rabia de haberlo hecho así, en esa situación.

En esa misma época y al cabo de poco tiempo, nos invitaron a un cumpleaños en Valencia. Hasta el último momento estuve dudando de ir o no, ya que encontrarme con mis antiguos compañeros de trabajo, no poder reconocerlos y que me vieran así… me dolía. Pero pensé que esta enfermedad, quiera o no, es para siempre e iba a dar igual hacerlo antes o después. Sabiendo que podría pasarlo mal, tenía que ser fuerte y enfrentarme a ello. Al ir, no estaba bien en esa época y quizá tuve que tomármelo con más calma, pero tampoco me arrepiento; fui y lo intenté y creo que, a pesar de todo, pude con ello. Aun así, esa noche al volver al hotel, después de todo un día de emociones, no pude más y rompí a llorar.

Creo que no solo yo necesitaba de esa adaptación, sino que también necesitaban saber y aprender cómo poder estar conmigo y cómo saber ayudarme.

Los siguientes años fueron totalmente diferentes. Ya mucho más adaptado, y ellos también más conscientes de mi situación, pude disfrutar mucho más con ellos. Ya no cenamos en casa y los cubiertos ya no los dejo sobre el plato para que no se resbalen; me indican lo que hay de comer, cómo está situado en la mesa e incluso van haciendo un pequeño perímetro junto a mí por la calle para evitar que me choque. De nuevo, volvemos a ser nosotros y, sobre todo, vuelvo a ser yo, con ellos. Nos volvemos a meter entre nosotros, llegando incluso a, en algún semáforo, ponerme el sonido de paso con su móvil para que cruce cuando aún está en rojo…son unos cabrones.

De las últimas ocasiones que he podido estar con alguno de ellos ha sido al ir de sidrería a Vitoria. Lo pasamos muy bien y no faltaron las bromas, como por ejemplo decirme que intente echarme un culin de sidra y cuando lo hago, ponerme ellos un vaso por encima y yo creerme que lo estaba llenando…no me puedo fiar de ninguno…Está claro que no sigue siendo sencillo, pero no quiero dejar de seguir haciéndolo; es necesario para mí y me aporta muchísimo. Vuelvo a ser uno más.

A día de hoy, puedo decir que su apoyo ha sido una de las cosas más importantes de mi vida. Me han ayudado a no sentirme solo, a reconocerme cuando ni yo sabía quién era, a caminar con más calma en medio de esta nueva realidad.

Este texto es para ellos. Porque sin su forma de estar, sin su cariño, sin sus visitas, sin sus llamadas, yo no sería quien soy ahora.

Gracias por leerme.

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