Hace unos días, haciendo limpieza en un cajón, encontré una caja con muchas fotos. Sabía que la tenía en algún sitio, pero no me acordaba de dónde.
Por un momento, la sostuve y pensé en guardarla de nuevo, ya que sabía que, si la abría, me podía doler no verlas.
Sin embargo, abrí la caja y después de darme un vuelco el corazón, ahí estaban todas. Un montón de fotos de cuando se revelaban, de cuando salía de fiesta con mis amigos o de cuando hacíamos viajes.
Algunas pude traerlas a mi mente, recordándolas, incluso, pude situarlas en un antiguo corcho enorme que tenía en mi habitación, como cualquiera de nosotros teníamos en aquella época.
En esa pared estaba la selección de las mejores fotos de un intercambio a Finlandia cuando estábamos en bachillerato, muchas de fiesta con mis amigos en bares y discotecas, alguna más pequeña tipo carné de mi familia… y ahora todas, en esa caja, eran iguales, un trozo de papel negro o blanco. Incapaz de saber qué contiene cada foto, sin tener un significado para mí.
No fue un momento fácil, y lo hablé con Myriam; le dije que las iba a romper y tirar a la basura ¿Para qué las quiero si no las puedo ver? Ahora son solamente papel.
Pero me dijo que no lo hiciese, que eran mis recuerdos.
Simplemente con dos frases me hizo cambiar de idea.
Tenía razón, era mi vida pasada, recuerdos de otros tiempos y que debía conservar. Ya lo hacía en mi mente, pero si alguna vez, quién sabe, en un futuro, logro curarme y volver a verlas, podré revisarlas y de esa forma, podré confirmar si lo que recuerdo es como realmente fue.
Gracias por leerme.